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Estudio
LOS FUSILADOS

Esther Martínez Luna
Universidad Nacional Autónoma de México

Los Fusilados es una novela corta dividida en seis breves apartados en la que conoceremos el destino de tres hombres, Evaristo Ramos, Santiago Luna y Simón Gutiérrez, simpatizantes todos ellos de los ideales y causas de carácter social relativas a la lucha agraria de Emiliano Zapata. Estos hombres, en su lucha por la restitución de la tierra que corresponde legítimamente a sus pueblos, se enfrentarán a las adversidades propias del movimiento armado luego del rompimiento definitivo entre el constitucionalismo y el zapatismo ocurrido en 1915. Como consecuencia de su disminuida condición terminarán en manos de los carrancistas.

A partir de esta sencilla historia, Campos Alatorre hará la narración de los hechos vividos por los tres personajes de manera cruda, y nos describirá entornos donde reina la pobreza, el hambre, el miedo, la muerte y la desolación. Pero no sólo nos confiará la participación armada de estos individuos, sino también se detendrá en presentarnos parte de su vida amorosa, de sus viscisitudes familiares, es decir hechos de su vida doméstica caracterizados por la indigencia.

Sabremos así que los personajes de Los Fusilados son seres que viven al día, que tienen tan poco en lo espiritual y en lo económico que se unen a las filas revolucionarias para encontrar un sentido a su vida:

—Pues mira, si he de hablarte con franqueza, yo nomás me di de alta porque en la revuelta cerraron las fábricas, y no había una tortilla que comer. Primero pasaron los carrancistas y estuve a punto de partir con ellos, pero me sentí algo enfermo… Cuando los fui a buscar se habían marchado. Rodando vine a dar con ustedes. Yo pensaba que de morir de hambre a morir de un balazo, era preferible lo último, ¿qué te parece? Pero ya veo que aquí se pelea por algo…

Estas palabras pertenecen a Simón, quien además del desempleo ha sufrido el abandono de Martina, su mujer. Ella ha preferido el camino de la prostitución antes que pasar hambre; por eso, no le queda a Simón más remedio que sumarse a la tropa. En otra parte de la trama encontramos a Santiago, quien sí tiene una familia pero la pobreza y el hambre justamente lo obligan a ir en busca de un pedazo de tierra para poder sembrar y tener algo que darles de comer a sus hijos: una niña de doce años que ni siquiera tiene un trapo para cubrir su cuerpo, o su hijo, un débil mental al que deben amarrar, pues ante el hambre padecida se arrastra para buscar comida en los chiqueros. Así su familia vive en condiciones peores que si fueran animales:

Ya en la puerta del jonuco podía mirarse el rostro simiesco, acartonado en las mejillas desnutridas, y unos ojos saltones, enormes, como los de un pichón recién nacido… La baba daba un aspecto blando y gelatinoso al labio inferior, y a fuerza de estancarse en la barbilla, había hecho una llaga.

Por su parte, Evaristo, la cabeza de la columna zapatista que constituye el actor colectivo de Los fusilados, será el encargado de explicar a los soldados y a sus hombres más cercanos el sentido de la lucha armada, es decir, en qué consiste el “agrarismo”, pues muchos de ellos marchan simplemente por acompañar a “la bola”. En la complejidad psicológica de los personajes advertimos que Evaristo destaca por sus comentarios irónicos y diálogos burlones con sus camaradas, pareciera estar consciente de que esa lucha no los llevará a ningún lado ni les dará nada bueno, casi podríamos afirmar que presintiera el desgraciado futuro que les espera:

—¿Sabe usted, mi coronel —prorrumpió Evaristo mezclándose al grupo— que nosotros estamos hasta el copete de todo esto? Nueve años consecutivos de lucha por el agrarismo… Tierras por aquí y tierras por allá. Y al final del cuento no adquirimos más tierra que en la que nos caemos muertos.

En consecuencia, Evaristo se rie de sí mismo, de la situación calamitosa, del temor y las pesadillas de sus compañeros de lucha, y sus carcajadas son la muestra diáfana del dolor que cubre a los muertos y no las habituales lágrimas esperadas por los deudos. Tan acostumbrado está a la muerte que ya no le conmueve ver el dolor de un soldado al perder a su mujer y a su hijo recien nacido, incluso cuando él mismo va a morir sabe que “‘Es un rato amargo’, —pensó Evaristo—, ‘que pronto pasará’. Un temblor de corvas, una descarga, y allí se acabó Mundo.”

Cabe destacar dentro del relato, además de estos personajes, la presencia callada de las mujeres soldaderas que siguen fielmente a sus hombres en la lucha. Ellas van como sombras detrás de ellos y su miseria es mayor, pues visten harapos, traen “miradas de cansancio. Gestos de angustia petrificados en los rostros mugrosos y cetrinos”, y sus cuerpos son casi pellejos rugosos y descoloridos; si por fortuna se les recompensa con algo de comer esto puede ser un bocado de “medio queso podrido” o una tortilla dura para engañar el hambre. Estas sombras vivientes también encontrarán la muerte y sus cuerpos se quedarán dispersos por el camino entre la tierra seca.

Pero quizá lo que más debe destacarse de esta novela corta son las descripciones que hace Campos Alatorre del paisaje y las atmósferas que concibe, pues sin duda nos evocan situaciones de tristeza, miseria y soledad, muy emparentadas con la narrativa que después desarrollaría Juan Rulfo. La injusticia relativa a las formas de tenencia de la tierra que motivó las movilizaciones del zapatismo en el centro de México, la tierra infértil que no saciará el hambre en virtud de las más aciagas condiciones de productividad, los muertos que se van quedando en el camino y la búsqueda de una justicia social que no llegará son acontecimientos narrados de manera enérgica, cuyo lenguaje claro y preciso no rehúye de llamar a las cosas por su nombre, aun y cuando el resultado sean situaciones grotescas o tan sanguinarias como la descripción de la muerte de Simón a machetazos.

Un machetazo había dado en el blanco. Con un hombro casi desprendido, y regando la tierra con su sangre, cayó de rodillas.
—¡Hermano… hermanito…! ¡No me vayas a matar!
Un segundo golpe le cortó el brazo derecho, y el tercero lo alcanzó en la cabeza. Se oyó un ruido hueco, extraño, como cuando parten una calabaza, y el cuerpo rodó pesadamente.

Algunos críticos han considerado que existen evidentes ecos tanto temáticos como formales de la narrativa de la Revolución de Mariano Azuela en Los Fusilados de Campos Alatorre; con base en este repertorio de instrumentos y recursos narrativos, y desde el horizonte cultural integrado por el agrarismo, nuestro escritor tuvo la necesidad de contar la historia de los últimos episodios de la resistencia campesina que protagonizaron las tropas zapatistas —aun sin haber sido testigo de los hechos—, simplemente por el deseo de recrear los dramáticos sucesos de la crueldad carrancista y las injusticias cometidas, además de contribuir en la construcción de una figura estratégica en el discurso populista de la Revolución mexicana: el campesino indigente levantado en armas.

El resultado fue una novela breve llena de crudeza, con una prosa robusta, no exenta de ironía y algunos momentos de humor negro que muestran una aguda crítica social. En contraste con estas consideraciones también advertimos de manera más que evidente un lenguaje con una fuerte carga poética en las descripciones del paisaje, de la naturaleza y del ambiente que resulta paradójica, pues contrasta con las experiencias de barbarie dentro de la narración.

Algo más que debemos señalar, sin el propósito de quitar mérito a nuestro narrador, es el hecho de que el lector puede sorprenderse al encontrar de pronto algunas formas verbales utilizadas fuera del contexto habitual de la novela, me refiero a la utilización de un “Vosotros sabéis”, “Estáis”, “tomaos” y “Comed”, marcas lingüísticas de un narrador educado en una tradición ajena al entorno popular que reclamaba sus dotes de fabulador.

Finalmente, Los Fusilados es una novela corta de gran aliento que retrata las injusticias sociales del sector campesino durante los últimos días de Emiliano Zapata y los correspondientes excesos de las tropas carrancistas; es un cuadro conmovedor y sencillo que nos muestra la realidad revolucionaria en toda su crudeza, padecida por sectores desclasados, arraigados ancestralmente a la tierra. Lo único que obtendrán los rebeldes de esta humilde categoría social será el derecho de cavar su propia tumba:

“Son agraristas, querían su tierrita, ¿no es cierto? Pues ahora es cuando la van a aprovechar…” .