Azuela fue, como otros tantos escritores, en buena medida, su propio editor o, de modo más preciso, el primer editor de su numerosa producción literaria. En una carta de su Epistolario expresa: “ La Malhora es una novelita agotada desde que la publiqué hace ocho años en edición privada que nunca se puso a la venta, por haber hecho un tiro único de cien ejemplares. La revista Contemporáneos de esta ciudad (de México) hizo una reimpresión trunca de esa novela en dos números”.1 Por fortuna, se conservaron ejemplares de aquella mítica edición de La Malhora (Imprenta y Encuadernación de Rosendo Terrazas, 1923). También se publicó uno de sus capítulos, “Santo... Santo”, en El Universal Ilustrado (Las Mejores Páginas de los Buenos Libros), el 8 de octubre de 1925. Una segunda aparición, como ya lo refirió el propio Azuela, se difundió en Contemporáneos, números 30, 31 y 32, noviembre de 1930 a enero de 1931, pero incompleta porque carece del capítulo final que da título a la novela. La edición definitiva apareció en Botas, en 1941 (con El desquite).
En 1958, en tres tomos, aparecieron las Obras Completas editadas por Alí Chumacero, con una introducción de Francisco Monterde en el Fondo de Cultura Económica. La Malhora forma parte del segundo tomo junto con las demás novelas cortas del autor. En ese mismo año reunieron por primera vez en volumen La Malhora, El desquite y La luciérnaga, con prólogo de Raymundo Ramos en la colección Popular del Fondo de Cultura Económica, que resultó una edición con fortuna: año con año se reimprime.
En la biografía de Mariano Azuela existen contadas menciones a premios, como esta que viene al caso: “Daba Azuela los últimos toques a La Malhora cuando un grupo de jóvenes literatos convocó a un concurso de novela, género que no solía ser el más socorrido por aquella época. Había un premio de cien pesos y Azuela participó más con la esperanza de dar a conocer su obra que con la de obtener el galardón económico. El presidente del jurado lo era el licenciado Alfonso Teja Zabre —historiador y literato a sus horas—, lo que preparó el ánimo del novelista para tomar parte en la contienda… El concurso se declaró desierto y Azuela quemó algunos de sus manuscritos”.2
Cuando años más tarde recibió el Premio Nacional de Literatura (1949), Azuela lo interpretó como un tácito reconocimiento a la libertad de expresión y a la disidencia que siempre había ejercido.