Los ojos de Altagracia vagan por las ondulaciones acuminadas de la lona gris de una carpa, el gigantesco aro de hierro de la Ola Giratoria, la torrecilla de ladrillos achinados de una iglesia absurda. Absurdos también los graves postes y festones de la electricidad. Pasan a lo largo de una calle sobre un caserío mezquino que va empequeñeciéndose hasta lamer el polvo, hasta fundirse en la línea verde gris de la falda de los cerros y allá muy cerca de un cielo como ojo con catarata.
Cosa extraña: parece que ha adquirido un sentido nuevo en los seis años de ausencia. No un sentimiento, simplemente una constancia de algo insospechado; lo inarmónico, lo asimétrico, lo deforme, lo feo.