La puerta en el muro apareció publicada en 1946 por la casa editora Costa-Amic, en la colección Lunes, número 24, que editaban Pablo y Henrique González Casanova, con viñetas de Fernando Castro Pacheco, pintor, muralista y grabador yucateco. José Luis Martínez, uno de los primeros críticos que pusieron atención a la obra de Francisco Tario, prologó la edición. Posteriormente, se incluyó en Entre tus dedos helados y otros cuentos, selección de Alejandro Toledo y con prólogo de Esther Seligson, en coedición INBA y UAM (1988). La Universidad Nacional Autónoma de México realizó la primera edición facsimilar de La puerta en el muro en 2005; la segunda, en formato digital, se encuentra en los facsímiles de la colección Novelas en Campo Abierto de este portal.
Conformada por una narración en 21 fragmentos, alejada de la manera convencional de narrar una historia, muestra, desde una voz de tercera persona, a un personaje en un pueblo costero y el conflicto generado por la desgastada relación amorosa con su mujer, pues al amor lo mata la desidia y el aburrimiento. La perspectiva pesimista de la vida está simbolizada en una larga calle, desierta, seca y polvosa, que termina en un muro con una puerta. Asimismo, existe una crítica a la religión tal como se inculca en la vida rural mexicana, esto es, a través del miedo y del dogma; se recrea el mundo nocturno del burdel miserable y se configura una pequeña escena casi esperpéntica en donde el protagonista, ebrio, decide asesinar a una prostituta y luego suicidarse, aunque solo consigue lo primero. Al final se narra la golpiza que otro personaje, el jorobado Yumi, proporciona a su mujer por razones absurdas, y donde, de paso, se realiza una crítica interesante al oficio de contar historias, lo que podría constituir una clave de lectura de la obra de Tario. El jorobado dice al protagonista: “Yo no tengo fe en las historias, tú sabes. Las historias se leen y a lo mejor nos divierten, siendo que si las vivieras te partirían el alma. Tú inventas una deliciosa historia y la gente te lo agradece; pero nadie sospechará ni remotamente cuántas lágrimas derramaste al escribirlas o qué alegría te embargaba entonces. […] Por el contrario, cuentas una historia que te ha ocurrido y la gente te aparta de un manotazo. O ni atiende como fuera debido. Puede ser que dependa de que no cuentas las cosas con la propiedad que el buen gusto exige. ¡Pues mucho peor entonces! Quiere decirse que el interés de las historias está en las palabras. ¡No lo entiendo, de veras!”.