Uno deliberadamente razona y se devana los sesos y jamás en la vida llegará a aclarar debidamente por qué se escribe. Quiero decir, por qué escribe uno. Frente a las páginas dispuestas —tantas, tantísimas horas—, al iniciar un nuevo trabajo, viene a uno de repente la inquietante y quejumbrosa pregunta:.
—Está bien, ¿y para qué?
Y con una sola línea entre las cejas, con las puntas de los pitillos en dos hileras, pónese uno a estrujarse el corazón y la cabeza buceando en la horrenda vida de los hombres.