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Estudio
UNIÓN

Unión, de Juan García Ponce. Una interpretación.
Alberto Arriaga

Desde los primeros libros de cuentos, Juan García Ponce estableció los rituales de inmolación de la inocencia como una de las coordenadas de su sensibilidad; La noche e Imagen primera (ambos de 1963) tendrán ulteriores desarrollos en obras mayores en su sentido estructural, como el cuento “El Gato”, que tiene su novela del mismo título. Entre La noche y los relatos de Encuentros transcurren nueve años; las piezas de este último son relatos que ya tienen espalda de novela.

Debido a que el espacio literario, estético, absolutamente personal de este escritor suele buscar la totalidad del mosaico, el absoluto de esos elementos de la vida cotidiana que esconden representaciones simbólicas, inquietantes, maléficas, pide un marco aparte,como esas lengüetadas de luz que se apoderan de los cuartos de azotea de la geografía garciaponeana.

Unión (1974) es una novela que se desprende de ese enorme mosaico con una sensibilidad propia; es como un paréntesis entre los rituales de inmolación de la inocencia, aunque ésta sigue apareciendo amenazada. José y Nicole están muy lejos del paradigmático chico ondero de José Agustín o Gustavo Sainz. La “nueva sensibilidad”1 de la literatura mexicana que registró José Luis Martínez, resulta hoy más emblemática en estos personajes, aunque en el momento de la publicación de Unión ya habían pasado más de dos décadas desde el comienzo de esa nueva sensibilidad. En alguno de los varios planos temporales de esta novela, sabemos que ellos andan por los 25 o 26 años, y ya viven una rutina de adultos casados, habitando en espacios reducidos que piden ampliaciones aunque sea imaginarias. Pero lo interesante es que Nicole y José, como algunos personajes del cine de la nueva ola, viven un amor más allá de infidelidades, pero es un amor que necesita el triángulo para lograr algo así como una proporción áurea.

José no es el fascinus,2 o al menos no lo es en primer plano. Nicole se abandona al amor permanente de José, un deseo que antecede al instante y permanece eternamente. Por eso necesita serle infiel. Ante los embates de su cuñado, prefiere los encantos del amigo, un tal Jan que nunca entiende nada. Éste es sólo un canal de unión entre los protagonistas mucho más poderoso que la convencionalidad conyugal. Éste es el verdadero rasgo de rebeldía de la literatura de García Ponce y una vocación común a todos los escritores de su generación: la cursilería los exasperaba. Por ello aquí no hay vientos trágicos o vientos épicos; la novela corta puede prescindir de esa artificiosidad. La maestría de Juan García Ponce está en que aún después de constatarlo, el lector puede dudar de la infidelidad de Nicole, pues se trata sólo de un acto propiciatorio de algo mucho más elevado.

Unión es el comienzo de un segundo ciclo de novelas de Juan García Ponce, antecedido por Figura de paja (1964), La presencia lejana (1968), La vida perdurable (1970) y El nombre olvidado (1970). El autor tiene 42 años. Seguramente, la novela hiperbórea Crónica de la intervención (1982) ya está gestándose. El segundo ciclo de novelas cortas continúan con El libro (1970), El gato (1974) y De ánima (1984). Pienso que el culto por las patologías que pueblan la literatura austríaca, el gusto por la literatura en lengua inglesa, sus lecturas constantes de Roberte esta noche (¿novela corta?) y la pieza El Bafomet, de Klossowski, y sobre todo, el cine, inspiraron al autor a elaborar microcosmos que se desprenden de las novelas absolutas. Sólo el que sabe observar puede abstraer tan sintéticamente la realidad. Existe un convencimiento en Unión, una enseñanza de Robert Musil que acompañó siempre al autor: sólo propiciando una experiencia, la creación literaria propicia el conocimiento del mundo.

En Unión las tardes provocan una sensación de plenitud en el ánimo de Nicole. El juego de sombras provoca también algún recuerdo. Y todo es narrado descriptivamente, como si fuera un ojo omnisciente, una cámara capaz de retratar el sentimiento más hondo de Nicole. Mientras acude a sus clases y visita a su amante, ella experimenta una unión con José más allá del amor, o más allá del tiempo y del espacio, pues éstos les pertenecen. Aunque Sin aliento de Godard es la historia de un engaño, Unión me recuerda el final. Parece que Nicole utilizó a su amante, primero, para ver qué tanto amaba a José, y después, para fijar en la eternidad su amor, renovado, intensificado, sublimado a través del otro. Hay ecos también de Breve encuentro, de David Leam, cuando ella le es infiel a él con desparpajo pero castamente, y cuando ella lo confiesa, él sólo se ríe…

¿Y cuál es la diferencia entre un cuento y una novela corta? Creo que la novela corta abunda en posibilidades argumentales, y lo más importante, tal vez, siga siendo el personaje metido en determinadas situaciones aquello que le da densidad narrativa. Y en los cuentos lo que importa es el instante encapsulado, no importan los comienzos ni los finales, y tal vez tampoco el personaje, salvo los de ese momento que se quiere narrar. En Unión los cambios de puntos de vista los marca la mirada de Nicole, y hay constantes cambios de planos temporales. Para estos juegos la novela corta es ideal, porque también busca encapsular el instante, pero quiere remontarse aunque sea un poco al pasado de ese momento.

En todo caso me parece baladí establecer una poética de la novela corta.

CODA

Siempre se habla mucho de Carlos Fuentes, que en paz descanse. Figura pública, conferencista deslumbrante, editorialista internacional, un raro ejemplo de intelectual cosmopolita (pero muy mexicano), además de maestro de jefes de estado de todo el mundo, amante de estrellas de Hollywood o de París. Un hombre carismático. Un escritor envidiable y envidiado. Pero me temo que sus novelas han envejecido. En la mayoría hay una vocación promocional por los lugares comunes de México, hoy presentes sólo en los trasnochados círculos académicos del mundo: la muerte y el mexicano, la vida no vale nada y el mexicano, el paisaje del Anáhuac –con aire transparente o no– y el mexicano, una ciudad fantasmal con gente que habla fuentesianamente y el mexicano, la malinche y la ausencia de padre y el mexicano… Hace tiempo que a la pepsicóatl de Carlos Fuentes se le acabó el gas. No alcanzó a entender la cultura avasalladora de la imagen del siglo XXI, más determinante que el agringamiento de la cultura mexicana al que tanto le temían los filósofos del grupo Hiperión. Su máquina de hacer novelas se oxidó. Autor caudaloso, como diría José Emilio Pacheco, con novelas para todos los gustos, últimamente resultaba ya no caudaloso, sino farragoso y hasta ripioso. Algo que determinó su literatura fueron los estudios de mercado editorial: publicaba mucho, escribía todavía más (su prosa estaba unida a las exigencias de una segura traducción al inglés) y dudo que tirara a la basura demasiadas cuartillas. Y si no, pregúntenle a la cabeza narradora de Adán en Edén. ¿Qué tiene algunos cuentos y novelas magistrales en varias épocas? Sin duda, pero es solo un escritor, y un intelectual superficial

En los Diarios de Salvador Elizondo, el autor de El hipogeo secreto reflexionó durante el día 26 de octubre de 1954: “En el último ensayo que publicó, a Portilla se le olvidó estudiar un tipo especial de risa: la que provoca la lectura de sus ensayos, es de tipo irónico.”3 Se refiere a Jorge Portilla y su Fenomenología del relajo. Igual que en este miembro del grupo Hiperión, hay algo de solemnidad en estudiar la risa mexicanamente, y hay algo de obtuso en novelar una fenomenología de lo mexicano en la obra de Carlos Fuentes.

Por eso creo que el verdadero genio de la novela mexicana del siglo XX es Juan García Ponce (y Salvador Elizondo, un autor muy distinto, y tal vez el único filósofo metido a novelista de las letras mexicanas). El autor de Unión era un artista de la novela, y un intelectual profundo. Siempre narró o ensayó una filosofía y una poética aparte. Las calles sin nombre de la ciudad de México, donde transcurren los destinos de sus personajes, son reconocibles por las emociones que se quedaron ahí aprisionadas, y los cuartos de azotea y las recámaras, escenarios de sus ritos balthusianos, son irrepetibles. Aquí no hay un México visible fácilmente, pero sin duda se puede observar un spleen mexicano. Esta emoción va ganando intensidad conforme avanzan sus historias, hasta convertirse en algo así como un spleen universal. Eso: Juan García Ponce es un escritor universal. Carlos Fuentes es un escritor cosmopolita para quien todavía se asombra con la Torre Eiffel, y con el interior de los palacios europeos.

Si alguien quiere conocer mejor la naturaleza humana, una puerta ideal para penetrarla es la obra de Juan García Ponce. Si alguien quiere pasear por el México que se nos fue, que lea alguna novela de Carlos Fuentes.

Y si alguien todavía cae en la tentación de los celos, la lectura de Unión puede eliminar muchas telarañas de la imaginación.

1 José Luis Martínez, “Nuevas letras, nueva sensibilidad”. En La crítica de la novela mexicana contemporánea. Antología. Presentación, prólogo y bibliografía de Aurora Ocampo, México: UNAM, 1981.
2 Pascal Quignard, El sexo y el espanto. Barcelona: Editorial Minúscula, 2005, pp. 12 y ss.: “Los griegos y los romanos nunca hicieron distinción entre homosexualidad y heterosexualidad. Distinguían entre actividad y pasividad. Contraponían el phallós (el fascinus) a todos los orificios (las spintrias).
3 Letras Libres, marzo de 2008.