Las varillas de madera que guarecían la ventana saltaron hechas astillas y las dos hojas de que estaba formada se abrieron completamente. La luz de la luna penetró en la estancia al propio tiempo que Perico. Casilda yacía en el suelo desgreñada, e inclinado sobre ella el amo, que procuraba vencer la escasa resistencia que la débil muchacha podía ya oponerle.
Al ruido de la ventana, que se abrió, y a la luz que inundó toda la estancia, se irguió el amo y se lanzó feroz sobre Perico.
Un vapor de sangre subió a la cabeza del muchacho, y los celos, la rabia y la desesperación hicieron lo demás.