—Voy a decirte la verdad
— prosiguió Robert—,me caso porque estoy loco, porque la adoro, porque entre ella y el honor, me quedo con ella. Yo conozco su vida mejor que nadie, y sé que ha sido la querida de Plese, de Rimal, de Delmonte y de otros muchos. Sin embargo, me caso, no porque ella me lo exija, sino porque yo lo deseo.
Y no te figures que soy de los que creen que un hombre puede redimir a una dama de las Camelias rodeándola de dulces ejemplos de bondad y encerrándola en el círculo estrecho de las caricias honradas. No. Para mí, la prostituta sigue siendo prostituta a pesar de todo, y cuando sale del fango, lleva el fango consigo misma, en el alma y en el cuerpo, para salpicar el lecho nupcial, para manchar a sus hijos, para ensuciar el camino por donde pasa.