–¡El fandango, el fandango! —pidieron varios pasadas las primeras piezas—; ¡que salga el pueta con Cundila!
No se hizo aguardar el poeta y pareció entre el apretado círculo el mismísimo Moto, con su pelo arrollado en colochos por la cabeza, el ojo redondo y negro como el carbón, la oreja pequeña, delgado el cuello, el cuerpo enjuto y muy suelto de piernas.
Abriéndose campo y empujada por las amigas, estuvo después la más buena moza del barrio, y en los bailes la más espontánea.