Sentía yo sus brazos alrededor de mi cuello, su aliento mezclado a mi aliento, sus manos entre mis cabellos; estaba sentado sobre mis rodillas, y con dificultad podía yo hacer un movimiento.
Y ¡horror supremo!, a cada beso que me daba me parecía que una calavera había juntado su fría boca a mis labios.
Después del banquete siguió de nuevo el baile. Abdul Medjid me tomó del brazo y empezó la danza conmigo; pero el fantasma me apartó del sultán bruscamente y nos pusimos a girar con locura alrededor del solio. Mi sorpresa llegó a su colmo, cuando vi que Abdul Medjid bailaba solo, pero figurándose que tenía una pareja, puesto que inclinaba la cabeza a un lado y parecía murmurar frases de amor a un oído invisible.