Principió a soñar en cuanto se durmió. Soñó que caminaba, caminaba, sin rumbo fijo, y que de pronto se encontraba frente al lago que visitara con Magdalena dos días antes. Y se quedaba mirando al fondo, con una fijeza hipnótica… Y una luz salía del agua y subía, subía hasta él cegándolo por completo. Y entonces un zumbido ensordecedor empezó a llenar todo el ámbito, y cuando ya se hacía insoportable, principió a desvanecerse la luz, y el zumbido a hacerse menos intenso. Y después, una oscuridad profunda reinó en todo el lago. Y con una fuerza misteriosa, una mano firme lo lanzó al precipicio. Y él caía, caía… Ya llegaba casi al fondo, cuando el papel con los ojos de Magdalena apareció volando por el cielo, pero enorme, gigantesco. ¡Y en su desesperación, en su afán de subsistir, se aferró a él y clavó su mirada en los ojos que él mismo creara!