Salvador se puso pálido.
–Lástima…
— continuó Rojaso—,es lástima que sea tan vanidosa y tan coqueta…, coqueta sobre todo.
–¿Coqueta? No me ha parecido.
–Con ese aire al parecer formal y serio, ¡ha tenido tantos amoríos! ¡si usted supiera!..., ¡si usted supiera!...