En la enramada, veintiuno de los heridos agonizaron durante la noche. Sandino, ya de pie y activo mucho antes del amanecer, ordenó que arrojaran los cadáveres entre los destrozos del fortín. Allí llegaron los zopilotes, después de largos revoloteos en círculos cada vez más estrechos, cada vez más bajos, hasta descender, cobardones, cautelosos, y posarse en tierra, cerca de los muertos.