¡Qué ingenua criatura es usted, Julia, y con qué lealtad defiende su posición de esclava del hombre! Pero advierta que aquí no se trata de merecer la confianza de un amo, sino de un derecho nuestro, que nadie puede abolir ni limitar; se trata de que yo soy absolutamente dueña de mis actos, por la buena y única razón de que yo no soy la hija de mi marido; de que él no me formó ni me crio; de que vino a mí, como fui yo a él, en igualdad de condiciones: por la voluntad libre y espontánea de cada uno. Si mi propia madre, al ser yo mayor de edad, ya no tiene derechos sobre mí, ¿por qué los ha de tener un extraño?