La sangre huyó instantáneamente de los rostros, desencajáronse las facciones y tornáronse trémulas las manos.
Lúgubre silencio de expectación y ansiedad se hizo en la diligencia, y comenzó el sordo y apresurado trabajo de ocultación del dinero y objetos pequeños, acostumbrado en tales casos.
Hiciéronse agujeros en el cielo del coche, y por allí se introdujeron relojes y bolsitas. Algunos pasajeros deslizaron anillos y monedas en el calzado; otros, en medio de su azoro, no hicieron más que dejar caer en el piso del coche, aquello mismo que querían salvar.