Entonces olvidaba por completo sus deudas, sus dolores, su pasado monótono y su porvenir sombrío, y sentada a la orilla de su catre tomaba a Chiquito entre las rodillas y le daba de comer.
El gato pardo comía, comía ávidamente; pero cuando veía agotarse su cortísima ración, fijaba en las pupilas negras y hundidas de sor María, las suyas redondas, cintilantes, doradas, restregábase a su brazo, lamía sus manos,
y la capuchina al sentirse amada y acariciada por aquel compañero de su miseria y de su desgracia, le tomaba en brazos y le cubría con besos y sollozos.