—Hija mía —dijo Ogaule a la joven en una de las noches de la cabaña del monte—, hija mía, tú eres la más hermosa de las vírgenes de Anáhuac, y mi Oxfeler tiene un lugar entre los guerreros que aspiran al premio del valor y a la corona de la patria. ¿Rehusará la belleza unir su suerte al defensor de los pueblos?
Netzula dirigió una mirada a su padre, bajó los ojos y sus mejillas se colorearon como las manzanas del otoño; guardó silencio. Ixtlou estrechó la mano de su hija y sonrió; ella callaba, pero el guerrero dijo a su amigo:
—Un solo placer me resta sobre la tierra; cuando mi hija venga a aumentar los lazos que unen a nuestras familias, la espada de los extranjeros no será terrible a mis ojos y la tierra del sepulcro será lecho muy dulce a mi sueño.