―Vea usted ―me dice en voz baja―, ¡qué mujer tan interesante, qué figura tan gallarda!
―Es amiga mía, se la voy a presentar, acerque la barca a la orilla.
―No, no, prefiero la emoción inquietante del misterio… ¡Pero qué ojos tan atractivos! Parecen de ícono sagrado.
―Sí, posee unos raros, unos admirables ojos. Su nombre…
―No quiero saberlo, llámela usted “la de los ojos oblicuos”…