Después, cuando ya la traté con alguna intimidad, y que pude conocer a fondo su carácter, no extrañé que hubiese habido un hombre capaz de darse la muerte por ella…
—El encono de mi suerte aún no estaba saciado; no quiso ésta quitarme entonces la vida porque hubiera sido concederme el único consuelo que podía yo sentir en tan horroroso estado; ha querido aumentar su bárbaro rigor, haciéndome percibir un relámpago de felicidad y de ventura que me forzase a apetecer la existencia en este mundo para arrancarme de él en el mismo instante, de un modo cruel y doloroso…
¿Para qué vine yo al mundo?… ¿Cuál ha sido mi existencia? Nací entre lágrimas y aflicciones; he vivido entre horrores y desastres, y voy a morir como el náufrago que perece a la vista del puerto… Si esto lo dispone la Providencia, ¿qué juicio podré formar de su poder omnipotente?