Al día siguiente, previa identificación del cadáver, que reposaba negro, ventrudo, desfigurado, en el fondo sucio de una camilla, el empleado que expedía la boleta para la inhumación preguntó las generales del chiquillo.
La edad aproximada: quince años; la profesión reconocida: vender cerillos.
—¿Y dice usted que es suicidio? —se informó por curiosidad.
—Así parece —respondió el agente de policía—. ¿Quién podía interesarse en la muerte de un fosforero?
—¡Es verdad! ¡Vaya, un pillo menos! —repuso al firmar.