Tom terminó de tallar con su navaja aquel búho, y, entregándoselo a su pequeña amiga Mariucha, le dijo:
—Tómalo; es para ti.
La niña, transportada de júbilo, tendió sus delicadas manos para recibir el hermoso regalo. Era un búho delicioso, enigmático, de ojos encapotados y sombríos, de pupilas misteriosas, de garras medio escondidas entre un plumaje que no parecía de madera, sino que afectaba tener las suavidades y el brillo del raso.
Mariucha pasó repetidas veces las manos sobre el ave. Resbalaban deliciosamente, sin tropiezo alguno, como si acariciasen un terciopelo. Después clavó sus ojos en los del pájaro: parecían reales, aquellas pupilas fijas tenían un gran poder hipnótico.