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Las flores mexicanas
Guillermo Prieto et al.
1849

Presentación: Verónica Hernández Landa Valencia
Edición y notas: Verónica Hernández Landa Valencia y Angélica Escobedo

Aquel vejete “era un sepulcro de luciente mármol, de podredumbre y de gusanos cárcel”. El altar del amor era la cama de un sucio hospital. El aceite de almendras para el pecho, las friegas para las piernas, la imponente calva, su boca sin la colonización dentrífuga de Labully; y luego sus celos humillantes con los mayordomos, con los criados, y su ahínco por las costureras esbeltas, por las recamareras rollizas; y luego sus quejidos y su tos inoportuna, y sus desvergüenzas y su despotismo, si estaba parlante.

¡Oh, éste es un tormento que sólo puede comprenderlo la mártir que lo haya sufrido!

Es como el tormento que consistía en encerrar en un tonel a un hombre con un mono y arrojarlo en el mar.




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