En seguida compareció una joven; lo abatido de sus miradas, el desmayo de sus miembros y su trabajada respiración indicaban cuán grandes eran las angustias de su espíritu. Dábale de lleno la luz de la lámpara y al ver el traje blanco que la cubría y las negras y largas trenzas que pendían de su cabeza, la hubiera tomado cualquiera por una aparición. No menos eran de admirar las figuras de los inquisidores, cuyos bultos y formas rígidas se realzaban sobre el fondo oscuro de la sala, cual si fuesen labradas por la mano de algún célebre estatuario.
En la estancia reinaba un pavoroso silencio.