Yo no era aquella mujer tan bella y celebrada que respondía con hechicera sonrisa a los intencionados piropos de sus devotos. Había sido radical la metamorfosis. Mis formas se exangüecían rápidamente, estaba mi rostro anguloso, ictérica mi piel, ásperos mis cabellos y mortecinas mis miradas. Las modistas no descansaban en la tarea de angostar mis vestidos; en mis sienes blanqueaban hilos de plata… y… arrugas… sí… arrugas tempraneras extendían muy hondos surcos por mi frente y por mis sienes…
¡Estaba vieja!