La noche con sus tinieblas ennegrece la tierra, los horizontes se han cerrado y la tempestad se prepara muy aprisa. Aquí se divide el camino en tres veredas, ¿cuál será la que deberé seguir para no perderme segunda vez?
No sé lo que he de hacer; mas es fuerza resolverme. Tomaré esta vereda que es la más ancha.
¡Ay, amable Dorotea, qué de aflicciones me cuestas!, y qué bien sufridas serán por mí como tenga la suerte de encontrarte. ¿Qué será de mis tiernos hijos? ¡Desgraciados!
De la noche a la mañana se lloran en la más amarga orfandad. Una atropellada ignorancia me robó en un instante mi reposo, mi mujer y mis hijos. ¿Qué hombre no está sujeto a semejantes desventuras?