Un día llega al Charco un hombre cubierto de polvo, y se sienta en los escalones del portal.
Adormecido el viejo lo observa; al cabo de un rato se espanta las moscas de la barba y dice: —Quihubo tú. El hombre salió hace siete años de aquí. Nunca en siete años se supo de él.
Y así se están, el viejo dormitando, el hombre limpiándose morosamente el sudor.
—Tás igual —dice el viejo después de varios minutos.
—Aquí todo igual —insiste el viejo media hora después, y mucho después se levanta, se estira, patea un poco el piso y vuelve a sentarse y consigue un diálogo lleno de silencio, de frases cortas y en los huesos, como si a los dos les costara mucho esfuerzo hablar.