!El 8 de agosto fue terrible!
Parecía un tremendo duelo de los elementos que luchaban destruyendo abajo. Los añosos troncos se doblaban impulsados por aquellos salvajes empujes; el furioso aguacero quemaba las carnes y los vientos parecían poseídos de rabia; el pueblo se arruinaba, y el hundimiento de las casas arrancaba gritos humanos de desesperación que se mezclaban con los salvajes gritos de la tormenta.
Aquello era hermoso y terrible. ¿De quién se vengaba el huracán? ¿De toda aquella pobre gente que vivía en un rincón del mundo? ¿De toda aquella masa anémica atemorizada? Las calles estaban llenas de escombros y las ramas de los árboles se desgajaban como si un titán estuviese desgarrando la obra de la naturaleza. Era el oleaje de la tempestad que derruía, aplastaba, rompía gritando de un modo salvaje la terrible canción de las ruinas.