Romualdo entonces buscaba con febril mirada; pero todo a su alrededor parecía enmudecer y conjurarse también contra él; a medida que avanzaba, el terreno se hacía más árido; eran los arrecifes que anunciaban la sierra.
¡Y la soledad! ¡Qué horrible es la soledad cuando en ella se ve sufrir, sin amparo, de un ser querido! ¡Y cuando ese ser es el único amor de un desgraciado!
El fugitivo alcanzó a ver una luz…; tal vez un casucho de leñadores o de sitieros. Su primer ímpetu fue correr a ella, y pedir auxilio para su hija que se moría…, mas ¿para qué?, allí había de encontrar un enemigo.
—¡Me entregarán infamemente! — dijo con sorda desesperación.