Y en el desierto ardoroso y desolado de su vida, que una tenaz juventud calcinaba con sus rayos hirientes, era martirizado con un tormento más: debajo de las arenas caldeadas por tanto sol, debatíase incansable, eterno, forcejeando como un poseído, el terrible Deseo; haciendo temblar el cuerpo de su presa como a las montañas un terremoto, ardiendo interiormente como un infierno de lava encandecida;
retorciéndose como un león enjaulado y con rabia; unas veces adormecido, sofocado otras, pero nunca muerto;
haciendo notar su presencia cuando era olvidado, con zarpazos desgarradores, siempre alerta, siempre perturbador.