—Alma, usted lo ha dicho, no era hermosa ni de fisonomía atrayente. Tímida, por lo general, y reservada, a veces tenía osadías que pasmaban, porque ante todo, ser sincera y enseñar hasta la última celdilla de su cerebro y el más recóndito pliegue de su corazón, era para ella como un deber. En eso estuvo la equivocación. De ser recelosa e hipócrita, al menos nadie habría sabido el suceso; pero ¡vayan ustedes a fiarse de la discreción de un hombre cuando la vanidad está de por medio!