Margarita diose a la voluptuosidad del sueño con los ojos abiertos y el romanticismo de su situación extraña se tradujo en la grande ilusión, la única que le había perseguido por todas sus andanzas, unas veces oculta y casi dormida, otras fuerte y dominadora: ¡Querer! Ésa era la grande ilusión. La pobrecita no sabía, más que por la novela de Jorge Isaacs, lo que esta palabra podía significar y, como una virgen anhelante por todos los misterios, temblaba por llegar a dominarla, por amasarla con su propio espíritu.